
La "Nueva Tabarka", la Isla Plana, Planesia o también llamada Isla de San Pablo.
A quien los antiguos llamaron Plúmbea por el color de plomo que tiene mirándole de lejos. Depende administrativamente de Alicante, situada a tres millas de Santa Pola y a once de Alicante. Isla abundante en caza de conejos, también fue madriguera de corsarios, siendo muchas las personas que han sido cautivas en ella.
Antes de que Carlos III metiera sus manos en ella, fue un importante nido de piratas berberiscos.
Después de meterlas, fue asentamiento de trescientos pescadores genoveses apresados en otra Tabarka, en esta ocasión tunecina, y que el monarca aposentó en nuestro islote.
Amuralló su perímetro y los genoveses se tuvieron que dedicar a las faenas del mar. Así lo dice, al menos, nuestro insigne cronista Viravens: "los tabarquinos que procedían de una isla cuya principal industria era el coral, se dedicaron desde luego a ejercer su profesión de pescadores adquiriendo los instrumentos necesarios para ellos".
Dedicados, pues, a este noble oficio en el que se distinguieron por su destreza, ganaban el sustento de sus familias pues el mar de la Nueva Tabarca es fértil en alaches, sardinas, bonito, atún, boga, lampuga, salmonete, ostras, caracoles y gambas. Allí establecieron la almadraba en el mar que media entre la isla y La Galera, para hacer la difícil y muy peligrosa pesca del atún....
Y aquí surge la leyenda...
Tabarca tiene al sur una gruta que se interna unos cien metros por el subsuelo de la población. Y en esta gruta penetran las aguas del mar, a cuyo favor entran también pequeñas embarcaciones de poco calado. Esta caverna se llama "La Cova del Llop Marí", porque a ella vienen este pez que es grande y feroz, de cuerpo liso y viscoso, y su boca está armada de dientes de varios tamaños y formas.
Aprovechando la oscuridad de la noche, los habitantes de Tabarca se atreven a penetrar en la gruta y, tirando al mar sus anzuelos, pescan al Llop Marí.
La cueva es de aspecto fantástico, y entre las estalactitas que cuelgan de la techumbre se ven concavidades donde se recogen las gaviotas.
A finales del siglo XIX, la gruta recibió la visita de dos enormes lobos marinos. Allí se cobijaron para recibir el nacimiento de su primer hijo. Pero los isleños consideraron aquello una invasión y un peligro, pues iban a destruir las redes y a comerse la pesca.
Esperaron a una noche de luna llena y atraparon a la pareja por sorpresa. El miedo precipitó el parto de la hembra, cuya cria nació muerta. Fue tal su tristeza que también la madre murió.
Y el padre, en su soledad más angustiosa, lanzó aullidos de dolor y de rabia que perforaron los tímpanos de los isleños durante 3 días. El tiempo que tardó en morir.
Hay habitantes de Tabarca que afirman que su cadaver está aún en las profundidades. Y las noches de luna llena, desde la gruta, lanza ayes lastimeros que se escuchan desde la misma Santa Pola. Pero luego, en el mar, se forma una procesión de lecholas, calamares, lisas, sepias, salmonetes y langostas, que asisten a un curioso cortejo fúnebre. Y en el fondo de la gruta, se extienden como alfombra, las algas, esponjas, petrosias y axineles.
Un funeral en honor a aquel gran lobo marino que murió de soledad añorando a su familia...
Y que aprendió a llorar después de muerto.